El
30 de junio de 1908, alrededor de las 7 de la mañana, una tremenda explosión
sacudió la región de Tunguska, en Siberia Central, Rusia.
En
el epicentro, un área de casi 3 km cuadrados, los árboles fueron derribados y
los animales calcinados. A más de 1 km de distancia de ese lugar los vidrios de
las casas se rompieron, la gente fue derribada al suelo por la onda expansiva y
un viento violento y caliente arrasó los bosques cercanos.
En
toda Europa y parte de Asia se registraron ondas sísmicas como las de un
terremoto. En Alemania, Moscú, Inglaterra y Bélgica el cielo se iluminó con una
extraña fosforescencia que permaneció durante meses. Los relatos de la época
cuentan que era tal la luminosidad, que el cielo permanecía iluminado aún de
noche; tanto, que se podía leer sin encender las luces.
Todavía
hoy, 100 años después, el curioso fenómeno no ha sido explicado. Los relatos de
aquellos que lo presenciaron son tan similares, que alcanza con uno para
revelar la magnitud del suceso: "A la hora del desayuno, yo estaba sentado
cerca del puesto comercial de Vanavara, mirando al norte. De repente, vi que,
directamente al norte, sobre la ruta Onkoul de Tunguska, el cielo se abrió en
dos partes y apareció fuego, muy alto y muy ancho, sobre todo el bosque. La
grieta en el cielo se hizo más grande, y toda la parte norte se cubrió de
fuego.
De
golpe sentí tanto calor que se me hizo insoportable, como si mi camisa me
quemara: del lado norte, donde estaba el fuego, vino una fuerte ola de calor.
Me quise quitar la camisa y tirarla lejos, pero entonces los cielos se cerraron
y se escuchó una fuerte explosión. Fui arrojado a varios metros de distancia.
Perdí el sentido por unos instantes, pero entonces mi mujer salió y me llevó a
la casa. Luego de eso se oyó un ruido, tal como si grandes rocas rodaran unas
contra otras o como de un fuego de artillería.
La
tierra tembló, y cuando caí al piso, apreté mi cabeza contra la tierra, porque
temía que me cayeran piedras encima y me golpearan. Cuando el cielo se abrió,
un viento ardiente pasó entre las casas, como el que sale de la boca de los
cañones, dejando surcos en el suelo y destruyendo los sembrados. Luego vimos
que todas las ventanas se habían roto, y, en el granero, el pestillo de hierro
de la cerradura se había partido en dos".
La
primera expedición al lugar se realizó recién en 1922 y estuvo a cargo del
minerólogo soviético Leonid Kulik. Kulik tenía la teoría de que un meteorito
había impactado con la Tierra. En este primer viaje, Kulik no pudo llegar al
epicentro de la explosión, pero detalla sus observaciones desde una cima
cercana: "Desde nuestro punto de observación no se ven señales de bosque,
ya que todo ha sido devastado e incendiado, y alrededor del borde de esta zona
muerta la joven vegetación forestal de los últimos veinte años ha avanzado impetuosamente,
en busca de luz solar y de vida. Se experimenta una extraña sensación al
contemplar estos árboles gigantescos, de 50 a 75 centímetros de diámetro,
quebrados como si fuesen ramitas, y sus copas proyectadas a muchos metros de
distancia en dirección sur".
Cabe
destacar que, en la actualidad, la zona permanece en las mismas condiciones que
en ese momento.
La
siguiente expedición de Kulik tuvo lugar en 1927, pero cuál sería su sorpresa
al llegar al epicentro y descubrir que no había rastros del meteorito: no sólo
no había restos, tampoco había cráter.
A
partir de ese momento (y hasta la fecha) son numerosas las teorías de lo que
pudo haber ocasionado una explosión tan devastadora, equivalente a varias veces
la bomba de Hiroshima. De hecho, los efectos de la bomba de Hiroshima fueron
mucho menores que los de esta explosión.
Una
de las teorías más populares, pero menos aceptada a nivel científico, es la del
ingeniero y ufólogo ruso Yuri Lavbin, quien dice que esta explosión se debió a
que una nave extraterrestre destruyó un cuerpo celeste que se dirigía a la
Tierra, para luego impactar contra ella. Lavbin afirma haber encontrado piezas
metálicas en la zona en el año 2007, que no son de ningún material conocido en
la Tierra, según él.
La
teoría científica más aceptada hasta la fecha es la del cometa. A falta de
cráter, muchos científicos coinciden en que la única opción posible es que un
cometa, o parte de él, haya llegado hasta la atmósfera, y sufrido una
transformación térmica que desató una fusión nuclear. Esta teoría fue propuesta
por primera vez por el geoquímico Kirill Florensky, que realizó tres
expediciones, en 1958, 1961 y 1962.
Pero
recientes descubrimientos han reflotado la teoría del meteorito. Investigadores
del Instituto de Ciencia Marina de Italia están realizando estudios en el Lago
Cheko, a 8 kilómetros del epicentro de la explosión. Este lago tiene 50 mts de
profundidad y 450 mts de diámetro y, según los investigadores, no hay registros
de que estuviera allí antes de 1908. Creen que se trata del cráter producido
por un fragmento menor del misterioso meteorito que habría explotado a cierta
altura de la superficie terrestre. Como todas las otras teorías, tiene sus
detractores: muchos creen que, de haber habido un impacto físico, a juzgar por
los efectos de la explosión, el cráter debería ser mucho mayor.
Tunguska
no ha sido la única explosión misteriosa:
-
Evento de Cando. Explosión en Cando, España, el 18 de enero de 1994.
-
Evento del Mediterráneo Oriental. Explosión sobre el Mediterráneo el 6 de junio
de 2002
-
Evento de Vitim. Explosión en la Región de Irkutsk, Siberia, Rusia, el 25 de
septiembre de 2002.
Ninguna
de ellas ha tenido una explicación definitiva hasta la fecha.
Las
especulaciones más raras se han urdido alrededor de este fenómeno: desde un
fallido experimento del científico Nikola Tesla, hasta un choque de antimateria
contra la atmósfera terrestre, entre otras muchas.
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