La idea de profanar una tumba y el cadáver
enterrado en ella suscita los más terribles presagios de mala suerte y muertes.
Es algo que subyace en nuestra conciencia social y que nos empuja a buscar
explicaciones irracionales en sucesos que difícilmente pueden entenderse. Aquel
26 de noviembre de 1922 se desató la maldición más terrible conocida por el
mundo: la maldición de Tutankamon.
Muchos autores niegan que hubiese una maldición escrita, pero otros aseguran que Howard Carter su descubridor encontró en la antecámara un ostracon de arcilla cuya inscripción decía: «La muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo del faraón», como consecuencia un desorbitante cantidad de muertes comenzaron a inundar su vida.
Ha habido científicos que adujeron que todo se debió a la inhalación de gases, pero siempre se suelen tomar las medidas necesarias sabiendo que una tumba cerrada durante tantos años expulsa al exterior en su momento de la apertura infinidad de bacterias. Generalmente, suelen dejar la tumba abierta dos días, para que salga ese aire, antes de entrar.